El final de la Guerra Civil no supuso el fin de la
violencia política ni la vuelta a la normalidad. El bando triunfante no tenía
la intención de perdonar los crímenes de sus adversarios ni de iniciar un
proceso de reconciliación nacional. El nuevo sistema político iniciado a
partir del 1 de abril de 1939 se basaba en la división entre vencedores y
vencidos, en la imposición de los valores de los primeros y en la negación de
los principios políticos e ideológicos de los segundos. Por ello, la inmediata
posguerra estuvo presidida por la represión y la persecución política, la
escasez de alimentos y productos de primera necesidad y el juego de influencias
de las distintas familias que habían formado el bando victorioso en la Guerra
Civil.
La represión de la posguerra
Toda guerra civil comporta un alto grado de violencia política
entre los civiles y la española no fue una excepción. De hecho, la violencia
ya se había apoderado de la vida política española antes de la guerra y
durante ella no hizo más que incrementarse. Los estudios más rigurosos cifran
en alrededor de 400.000 las muertes
violentas producidas durante la Guerra Civil, repartidas a partes iguales entre
ambos bandos.
La España del hambre
La guerra continuó determinando la vida cotidiana de los
españoles. Todas las familias habían perdido algún ser querido durante la
contienda, conocían alguna víctima de la represión o habían padecido la
violencia política de uno u otro bando. Algunas ciudades y pueblos eran la viva
imagen de la destrucción; durante la guerra fueron destruidas alrededor de
250.000 viviendas y buena parte de las comunicaciones más importantes.
Los alimentos no sólo eran escasos sino de ínfima
calidad. Con la finalidad de garantizar el suministro de productos de primera
necesidad se implantó la cartilla de racionamiento, aunque se reveló
claramente insuficiente.
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